El miedo te empujará a saltar o a caer.
Te convencerá de que vas a perder si lo intentas.
Proyectará en ti una imagen de ti mismo/a que te confundirá.
El miedo te hará pensar que no tienes nada que decir.
Creará la incomodidad necesaria para hacerte pensar que es imposible sentarte a meditar.
Propagará niebla para que no logres ver tus sueños con ninguna claridad.
El miedo nos seduce para actuar de forma incomprensible. Hace que consigamos perder el temperamento.
Y nos obliga a aceptar las injusticias y los abusos.
Al miedo no le gustan los extraños, personas que no se parecen a nosotros o actúan como nosotros. Y sobre todo, no le gusta lo extraño y desconocido.
Cuando el miedo entra en la sala causa un silencio sepulcral en casi todos los que allí están. Genera frustración, ansiedad y desconcierto. Desastibiliza al más cuerdo.
Hace que creemos estereotipos y busquemos clichés como desesperados.
El miedo nos empuja a encajar, de esa manera pasaremos desapercibidos, pero también nos empuja a ser rebeldes.
Es tan inteligente que puede lavarnos el cerebro por completo en solo unos cuantos años haciéndole caso.
Es lo suficientemente sutil como para engañarnos y confundir preparación con atrevimiento y pereza con posibilidad.
¿Por qué buscar tu miedo? Hay una razón por la cual encontrarlo es vital: la vida nunca para de efrentarte a situación que atemorizan donde intues que es justo aquello que necesitas confrontar.
Cada vez que dudes y aparezca el miedo, entonces sabrás que el propio miedo es la mejor razón para hacerlo.
Allá donde estés, allá donde vayas, allá donde algo importante necesita ser hecho. Busca el miedo.
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