No si es cosa mía, que cada vez presto más atención al detalle o es que es una tendencia al alza, pero cada día que pasa me doy cuenta de que somos realmente buenos deseando, hablando de lo que podría ser – más allá dé soñar – planificando que vamos a hacer el año que viene, cerrando todos los huecos de nuestra agenda para la semana que viene y el próximo mes y si podemos el trimestre y semestre… preocupándonos de que tenemos suficiente dinero ahorrado, no gastar demasiado, contratando seguros de vida, asegurando a todo riesgo el coche, estableciendo objetivos que nos hacen arrasar con todo lo que tenemos por delante. Sí, somos excelentemente buenos asegurándonos de que todo está en orden, controlado y estructurado para no tener problemas en el futuro.
De repente, un día cualquiera, en el momento menos pensado, todo cambia y ya no existe un futuro que planificar, estructurar o diseñar… Ya no hay un mañana, un dentro de un mes o año, el plan a largo plazo ha sido fugazmente destrozado, todo se desmorona y se derrumba.
¿Y ahora qué hacemos? La respuesta es nada. Has perdido la oportunidad más increíble y fantástica de la que disponemos todos los seres humanos – hey, incluso los no humanos – vivir la vida, el ahora, este mismo momento, el instante exacto, el presente.
Odia el futuro, enamórate del presente.
Extra: para liderar con el ejemplo aquí están los resultados del final de un experimento sobre hacer lo que odio durante 20 días.
Photo credit: gazteaukera blog.