Buen viaje abuelo

Ayer por la mañana mi abuelo materno, Tomás Rodríguez Fernández, dejaba de vivir. Abandonaba este mundo después de casi 90 años de existencia. A pesar de lo que estaba sufriendo en estos últimos meses y hasta hace unos días, al final, pudo marcharse tranquilo, sin dolor y descansando.

La muerte de mi abuelo Tomás Fernández - Isra García

Sentir la muerte de alguien a quien amas, respetas, aprecias y admiras no es nuevo para mí. Creo, que inconscientemente, he estado preparándome para este momento desde hace mucho tiempo, ya que mi abuelo, y luego mi abuela Juana, que todavía sigue con viva y está con una energía y vitalidad incansable, son las dos personas a las que más apego he tenido durante toda mi vida. Además de unirme a ellos una relación especial y única, diferente al resto de personas que hay en mi vida.

Contemplar y dejar pasar aquello que está fuera de tu control

Un día, me di cuenta de que un día iban a dejar de existir, recuerdo que de pequeño, cuando estaba en la cama, algunas veces pensaba en que un día podrían morir de viejos y entonces lloraba de pena. Esto ha ido sucediendo hasta no hace mucho tiempo. Ahora no siento ni pena, pero tampoco alegría, creo que mi abuelo debía marchar, y así lo hizo. Es posible que sufriera más de lo que debía, pero así debía ser, de lo contrario hubiera sido de otra manera que no ha ocurrido.

Qué he podido «ver» a raíz de la muerte de mi abuelo

Esta situación, me ha permitido vivir algo tan interno desde una perspectiva bastante contemplativa, no he reaccionado, en absoluto, me he convertido en el observador. Incluso en algo tan íntimo y enormemente emocional como la muerte de mi abuelo. Al hacerlo, estoy aprendiendo mucho. 

Nos aferramos la vida e huimos de la muerte, y eso no nos hace más que estar más muertos que vivos.

Dejamos que cualquier emoción nos embriague para caer en el dolor o en el placer, dependiendo la situación. Cuando en realidad los dos son la misma cosa.

Nos lamentamos por el tiempo que no pasamos juntos, o por lo que no dijimos, o por lo que no hicimos, o por lo que hubiéramos cambiado. Cuando en realidad deberíamos ver todo lo que sí hicimos, dijimos y compartimos. Si hubiéramos cambiado una sola cosa, hubiera sido diferente, y no siempre diferente te hace salir ganando.

No vemos lo que hemos ganado, vemos lo que hemos perdido.

No dejamos marchar las cosas porque pensamos, inconscientemente, que son nuestras. Nosotros no poseemos nada en esta vida, ni siquiera nuestra vida, que de un momento a otro podría acabar sin nuestro permiso.

Caemos en traumas, depresiones y otras enfermedades psicológicas, en lugar de honrar todas esas personas mágicas que vinieron y se fueron antes que nosotros. Las cuales son dignas de la mejor versión de nosotros mismos, y darían lo que fueran, por estar de nuevo aquí sin nada más que ellos mismos, desnudos.

La muerte no es nada especial

La muerte o la vida, no son nada especial, ni es tan increíble una como dice, ni es tan horrenda la otra como cuentan. Son solo una transición, son ambas parte de nuestro paso temporal por este mundo, plano, dimensión realidad o como prefieras llamarlo. 

Sin embargo, sé lo que es vivir, esto mismo que tú y yo estamos sintiendo, experimentando, viviendo, respirando, tocando y viendo ahora mismo. En cambio, morir, aunque pueda imaginar algo, no tengo idea alguna de que trata, hasta que no esté allí. Así que por si acaso, no generaré demasiada expectativa.

El legado de mi abuelo: yo – y tú

Mi abuelo me ha enseñado lo más importante, el honor, la dignidad, la honestidad, la integridad, la lealtad, la coherencia y la perseverancia. Lo que los griegos y romanos llamaban virtudes. Y además me ha dejado el ejemplo más claro que conozco en cuanto a luchar se refiere. No ha dejado de luchar, apuesto que desde el día que nació, hasta el día que se fue.

Así que seguiré viviendo su verdad, la de luchar, aprendiendo a saber cuando debo rendirme (él nunca lo hizo, lo cual aplaudo) y seguir respirando los principios que él me transmitió desde bien pequeño.

Estés donde estés abuelo, hagas lo que hagas, siempre vivirás en mí, y en todas las personas que por el camino contagie con un virus que tú me has enseñado a formular.

Gracias. Y buen viaje abuelo, disfruta, ya no hay nada que hacer aquí, está todo hecho. 

Te quiero. 

Pd. Esta es la conversación que mantuve, hace un par de años, con mi abuelo y abuela para el podcast que presento. Una de las mejores ideas que he tenido nunca, grabarla.

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