Trabajas en un proyecto y quieres alcanzar la brillantez, piensas que puedes hacer más, lo haces. Mides los resultados de tu analítica, piensas que son pobres, encuentras la razón y pasas noches en vela hasta dar con el método para mejorarla. Tienes un jefe que te empuja a el trabajo mediocre, lo ignoras y lideras. Colaboras con socios que se conforman, les das un tremendo chispazo que les hace desplazarse violentamente del sitio. Esto es brillantez.
La brillantez de la excelencia reluce cuando un cliente vuelve a ti con otros amigos, a los que les ha contado la historia de cómo el detalle con el cual le explicaste las funcionabilidades y limitaciones del smartphone que acababa de adquirir marcó la diferencia en su manera de utilizarlo y le hizo más productivo. En cómo la primera vez que ese cliente se alojó en tu hotel se sintió en casa (no, la excelencia no es esperar a que una misma persona vuelva para ofrecerle un trato excepcional). O cuando decidiste permanecer una hora y media más fuera de tu horario laboral para dejar todas las luces del jardín instaladas y funcionado. Actos controlados de brillantez, algo que está al alcance de todos, aunque no todos están dispuestos a llegar ahí.
Aquello que maravilla a un consumidor a menudo tiene que ver más con gestos de generosidad, que con descuentos en facturas o ofertas 2×1.
Photo credit: Sundaram + Annam.
2 comentarios
Yo me complicaría tanto. Cuando alguien hace algo de verdadera calidad, simplemente, brilla.