Estamos traicionándonos a nosotros mismos. Sí, cuando valoramos el tener el control sobre permitirnos la libertad de ser quiénes somos. A menudo románticos, apasionados, alocados, ignorantes. Son esos momentos donde nos traicionamos, porque matamos la expresión de quiénes somos. Necesitamos abrazar la auto-aceptación radical.
La auto-aceptación radical (y esto sabe Brené Brown mucho más que yo) significa tener el coraje de mostrarte tan vulnerable, auténtico y digno como realmente eres. Significa no esconder tus heridas, ni tus esquinas ásperas, significa vivir sin máscaras. De hecho, cuando entras en el modo auto-aceptación radical, te das cuenta de que el mundo es más ligero de lo que parecía. Las personas que no te aceptan no importan porque su validación no es un factor determinante para ti. Te vuelves selectivo, solo sobre las opiniones que te importan.
Quién nos va a enseñar la auto-aceptación radical
Tristemente no aprendemos algo así en el colegio, ni en la universidad, ni siquiera en un lugar de negocios. Como resultado, los niños que se sienten poco “populares”, sienten que son invisibles, y poco “guays”. Entonces acaban obligados a protagonizar o bien un tiroteo, o bien una paliza a otro, o bien acaban suicidándose. Quizá el camino a esa salvación es educar a jóvenes y pequeños a gestionar su psicología y su “yo” interior.
Es increíble cuánta energía y esfuerzo ponemos en ser percibidos como gente “molona”. Filtramos nuestras cuentas de Instagram, de forma deliberada, cuidamos con mucho tacto el contenido que subimos a Facebook. Somos precavidos sobre qué elegimos que otros conozcan sobre nosotros, lo que sea menos ser categorizados como “normales”. Ese esfuerzo tiene un precio, es agotador. Desafortunadamente colegio, universidad y escuela de negocios tampoco nos enseñan esto. No nos enseñan a manejar nuestra propia historia. En lugar de eso, nos enseñan a buscar validación de personas que no tienen relevancia alguna en nuestras vidas.
Cómo no ser «guay»
Tengo claro que tengo muchas cosas que me hacen una persona “no molona” o “guay” o “cool”.
- No es guay no querer participar en actos sociales, presentaciones, entregas de premios, cenas, comidas, etc.
- No es guay explotar emocionalmente por auténticas chorradas. Sobre todo cuando en mi casa me cambian las cosas de lugar.
- No es guay no tener filtros a la hora de hablar o decir lo que piensas. Aunque no soy candidato a presidente del gobierno. Esto es algo que ya acepté hace tiempo.
- No es guay ser tan directo, orgánico (o crudo) y contundente. Pero lo soy, y me siento bien así.
- No es guay pasar del 95% de las personas. ¿Lo es?
- Tmpoco es guay vivir en una burbuja casi absoluta. No estoy seguro de si es guay o no, pero me funciona.
- No es guay estar dispuesto a pagar el precio de sea lo que sea que tenga que pagar por llevar la vida que llevo.
- Y no es guay perder mi interés por las cosas (o personas) tan pronto.
La lista sigue y sigue.
Eres poco «guay»
Me doy cuenta de lo poco “guay” que somos todos. A día de hoy solo me fijo, y me siento atraído por la gente vulnerable por decisión. Da igual que seas la persona más famosa del mundo, el mejor jugador de La Liga, o el emprendedor del año, debajo de todo esto, todos tenemos un gran nivel de poco “guays”.
Requiere más coraje el ser vulnerable que el ser invulnerable. Todo se desvanece cuando nos apropiamos de nuestros defectos, idiosincrasia, el lado oscuro y las máscaras que solemos vestir. Ser “popular” viene con una carga de vivir basándonos en las expectativas de otras personas. Ser “normal” viene con la ligereza que nos libera de esas expectativas.
La extraña paradoja de sentirse bien siendo “poco guay” está en que te darás cuenta de que eres todo lo contrario a eso. Cuando te apruebas como eres, lo que haces es atraer a personas que te aprobarán. En cambio, cuando te valoras poco, inevitablemente atraerás a personas que te valorarán poco.
Ojalá alguien enseñe la auto-aceptación radical a las generaciones más jóvenes. Y a las adultas.