La vida ocurre cuando prestas atención a darte cuenta de los pensamientos para entonces dejarlos marchar sin oposición.
¿Qué haces cuando piensas? Acabas pensando más.
¿Qué pasa cuando acabas pensando más? Acabas confundido.
¿Qué sucede cuando estás confundido? No sabes hacia donde ir, decidir se vuelve complejo.
¿Qué sucede cuando no sabes qué hacer? Te paralizas, no te mueves, el miedo aparece.
¿Y qué pasa cuando te quedas petrificado por la aparición del miedo? Que sufres ante la idea de enfrentarte al día.
¿Y qué sucede cuando el día se vuelve inaguantable? Que tu vida se vuelve un drama.
Vaya, qué lejos hemos llegado, piénsalo, todo empezó solo por pensar.
El desperdicio de pensar
Cuando piensas solo piensas, no puedes ver tus pensamientos uno a uno para darte cuenta que la mayoría de ellos son solo chatarra, ruido o como en Zen los llaman, pensamientos errantes. Esos pensamientos deambulan por nuestra mente esperando a ser elegidos y atendido con una buena cantidad de atención, cuando esto sucede, nos fijamos en pensamientos diminutos y los alimentamos con nocilla, ganando protagonismo, para acabar convirtiéndose en un “tema importante”..
Sin embargo, cuando escribes sobre esos pensamientos, cuando hablas en voz alta sobre ellos, cuando los grabas en vídeo o en audio, y te permites verlos desde fuera más tarde. Es entonces cuando con una valoración más ecuánime, puedes darte cuenta de los pensamientos que transitan por tu mente de forma descontrolada. Entonces, puedes darte cuenta que es solo algo que pasaba por allí. Consecuentemente, si tú no hubieras prestado atención, hubiera pasado como pasan los jilgueros por tu ventana mientras andas concentrado en la tarea más importante del día, ni siquiera te das cuenta de que están allí, a veces escuchas sus sonidos, y otras ni siquiera te fijaste en ello.
Atribución imagen: David Santos Febrero.