«Es vivir» decía Rumi.
El propósito del trabajo es crear algo que sirva a los demás.
El propósito de la muerte aprovechar nuestra existencia.
El propósito de la filosofía es enseñarnos a cómo vivir de forma digna, decente, virtuosa y ética mientras vivamos, enseñándonos al mismo tiempo a morir sin tener miedo a que venga y suceda.
El propósito del miedo es volvernos valientes para así enfrentarlo y crecer en la escalera en la que nos encontramos.
El propósito de la pasión es ser el turbo que alimenta lo que haces no lo que deberías imitar.
El propósito de la sabiduría es aprender a ver las infinitas perspectivas que vienen con pensamientos, acciones, cosas y personas.
El propósito del estoicismo es servir como una brújula moral que nos ayude a navegar cualquier situación que aparezca en el camino.
El propósito del Alto Rendimiento Holístico es optimizar las cuatro dimensiones del potencial humano para que puedas ser un súper-atleta, serio artista o gran jugador de la vida en cualquiera de sus facetas.
El propósito de la Ultraproductividad es equiparte con lo necesario para que sepas cómo trabajar con dirección y excelencia, hacer el trabajo que de verdad marca la diferencia, para finalmente, vivir mejor cada día.
El propósito de la educación es entrenarte para vivir con propósito.
El propósito de esta sacudida es sacudirte y despertar algo en ti que genere un movimiento que antes no existía.
El propósito de mi vida es mover a las personas.
Ahora, ¿cuántos de estos propósitos encajan con la visión que este sistema ha implantado para cada uno de ellos? Encontrar el propósito de las cosas, es verlas como son y hacerlas como tal, el resto es una etiqueta imaginaria que crea una distancia entre lo que somos y dónde estamos y lo que deberíamos ser y adónde deberíamos llegar.
Todo está aquí ya, no hay que ir a ningún sitio para conseguirlo, ni ser nada más para merecerlo.