¿A quién proteges cuando no hay un “yo” que defender? A nadie, bien, entonces ya puedes marchar en paz.
¿A quién hay que cuidar cuando no hay un “yo” que alimentar? A nadie, bien, ahora ya puedes preocuparte por los demás.
¿A quién hay que salvar cuando no hay un “yo” que rescatar? A nadie, genial, ya puedes dormir tranquilo.
¿A qué tienes miedo cuando “yo” no existe? A nada, fabuloso, entonces ya puedes hacer eso que tanto tiempo llevas evitando.
¿Dónde están las dudas si no hay un “yo” que genere proyecciones desde el pasado o hacia el futuro? En ningún sitio, interesante, porque significa que ya puedes cumplir tu misión aquí en la tierra.
¿A quién hay que amar tanto si “yo” ya no está en el centro? A cualquier ser vivo, a cualquier cosa.
¿Cómo vas a resultar herido si “yo” es solo una ilusión? Bien, ya puedes disolver todas esas fricciones generadas con conocidos y colegas.
¿Cómo actúa el niño interior si no hay un «yo» que en el pasado ha sufrido? No reacciona, no se sobresalta, no se agita, está donde debe estar, tranquilo y confiado.
«Yo» es todo el mundo
Cuando «yo» no existe, puedes ser todo lo que nunca ha sido, puedes incluso no ser nada, y entonces ser absolutamente todo lo que hay a tu alrededor, dentro, fuera, a los lados. De repente te conviertes en el agua en la que te reflejas, en la brisa del viento de levante, en las piedras con bordes uniformes del jardín, en la rosa y sus espinas, en la pequeña lagartija que se desliza por las esquinas, en las hojas del naranjo o en cada grano de arena de playa que se escapa entre tus manos.
Para ser algo más práctico, si cada vez que me siento dolido porque no he obtenido el amor que pensaba que merecía, me recuerdo que «yo» no existe, ¿quién está dolido? ¿A caso ha habido algún daño? Si cuando las cosas no ocurren como esperaba (seamos honestos, todos acabamos esperando algo casi siempre), no puedo decepcionarme porque «yo» no existe, ¿dónde está el problema? Desaparece.
Date cuenta de que «yo» no existe y empieza a vivir la condición normal de tu ser, aquella infinita que va más allá de las palabras, los símbolos, pensamientos o sentimientos. Es presenciar este momento, estar en él y de repente desapegarte de todo lo que fuiste para poder recibir el siguiente.
Cuando no hay «yo» hay «todo el mundo» y «todas las cosas».
Eso es Satori.
*Atribución imagen: lolo.