Aprendería todo lo que pudiera.
Trabajaría más que nadie. Con propósito, intención y alegría
Ayudaría a mis compañeros a ser mejores que yo.
No faltaría a ni una sola fecha límite, aparecería siempre que lo adelantara por adelantado. Mi compromiso sería inquebrantable. Sería el más puntual de toda la empresa.
Fallaría frecuentemente, delante de mis jefes, me apropiaría del fracaso y lo anunciaría delante de mis compañeros. Fracasaría cada vez más pequeño, evolucionaría gracias a ello.
Cada vez que tuviera éxito en alguna tarea, proyecto o campaña, cedería el crédito a las personas de mi departamento, equipo o sección.
Hablar se reduciría a una acción un tanto escasa en mí, en lugar de eso, centraría todos mis esfuerzos en producir resultados que hablen por mí. No necesitaría dar muchas explicaciones a nadie.
Equilibraría mi vida; trabajaría al mismo nivel que disfrutaría.
Mantendría un idilio con la excelencia; mejoraría cada día en la calidad de mi trabajo.
Me responsabilizaría del trabajo que importa, el que genera cambio positivo en la empresa y en los clientes.
Enfrentaría con contundencia y elegancia cualquier trepa, listillo u oportunista que saliera a mi paso. Sería bastante efectivo aquí.
Mi retorno se basaría en un doble ROI.
Levantaría las barreras que no levanta mi jefe. Si eso no le gusta, seguramente sería despedido.
¿Se parece esto a aquello que persigues cuando encuentras tu primer trabajo?
Photo credit: Katie Weilbacher.