Hoy, en estos momentos, en estas fechas, el robo emocional lo envuelve todo … A través de campañas manipuladoras diseñadas por IA, reencuentros editados en vertical, perdones con música épica, solidaridad patrocinada, consumismo consciente con descuento, regalos que compran calma, mensajes automáticos que se envían solos, newsletters “humanas” escritas por nadie, propósitos que se guardan en Notion y nunca se llevan a cabo.
A través de publicaciones donde todo parece real, pero nada lo es del todo. De TikToks que imitan intimidad. De Reels que invitan a querer ser. De felicitaciones programadas. De audios reenviados. De copias que van de auténticos. De mensajes escritos por máquinas que dicen exactamente lo que esperas leer.
La era del terrorismo emocional
El robo emocional se ha convertido en espectáculo en Instagram, la empatía se monetiza a través de historias grandilocuentes contadas por uno mismo, donde el dolor se edita y se embellece como arma de ventas, donde la alegría se exagera y donde la vida —tal y como es— no tiene cabida.

Un flujo constante de parejas perfectas, familias conscientes, cuerpos sanados, espiritualidad rentable, desayunos lentos, sonrisas entrenadas y mensajes que dicen: “si no estás así, algo estás haciendo mal”.
A través del terrorismo emocional que te empuja a compararte, a dudar, a sentir que siempre llegas tarde a una vida que otros parecen vivir mejor que tú. Donde el único camino es comprar sea la «solución» particular de cada uno. ¿En serio?
Este es el verdadero problema de nuestro tiempo: la emoción delegada, todo un simulacro de humanidad.
A través de todo esto, el mensaje sincero desaparece, disuelto entre el ruido de “felices fiestas”, “gracias por este año”, “te deseo lo mejor”.
La “tragedia”, el “drama” o el “show” no es que todo eso sea falso, sino que no es completo.
Y aun así, lo consumimos como si lo fuera.
La intención aquí no es amargarte la Navidad. Es sacarte de la hipnosis colectiva, para que puedas disfrutarla solo o acompañado, con más o con menos, con risas y con llantos, con abundancia o con escasez.
Una Navidad donde todo cabe. Bellísima.
¿Qué puedo darte en realidad?
Seguro que no recibirás una felicitación por mi parte.
No habrá un vídeo emocional – he perdido la práctica.
No habrá una foto sonriente ni un mensaje inspirador – diablos, no sé cómo hacer ninguna de estas dos cosas.
No responderé a felicitaciones —principalmente porque ni siquiera estoy conectado al 95 % de las personas que solían formar mi círculo.
No participaré en este simulacro de humanidad (confundida).
No seguiré los pasos de la coreografía emocional de estas fechas – Prefiero hacerlo cada día: bailar, cantar, gozar de lo extraordinario, de lo ordinario.
En realidad, ni siquiera estaré estas Navidades, ni en Nochevieja ni en Año Nuevo. Lo viviré desde un retiro especial que he diseñado para cerrar La Gran Victoria —otro parque de atracciones.
Sí, no tengo nada para ti.
Lo cierto es que soy como el Zen: no tiene nada que darte.
No por rebeldía o irreverencia. Por honestidad y por dignidad.
Buscando tu «humano»
He comprendido a través de la experiencia que cada cosa de lo que menciono arriba nos hace personas virtuosas. No nos vuelve más humanos. No repara vínculos. No crea presencia. No redime nada. No optimiza lo que merece ser optimizado. No. No. No.
Al contrario: es un robo emocional que nos tranquiliza sin transformarnos. Nos seda y nos deja flotando en el limbo de creer que esto tiene significado.
Si escarbas un poco, verás lo que realmente ocurre en estas fiestas —que no necesariamente felices—: una necesidad profunda de contacto real que intentamos satisfacer con sustitutos digitales; una gran necesidad de ser vistos que escondemos detrás de comidas y cenas familiares; un anhelo de recibir cariño que embalamos en regalos para otros; la promesa de ser salvados salvando a otros; el alto coste de nuestra mentira interior intentando sufragar el todavía más alto coste de ir a ser quien no podemos ser.
Es un robo emocional.
La plenitud requiere de todos nosotros
Puedes estar contento. Puedes estar entretenido. Puedes incluso sentir placer. Pero la plenitud no es gozo individual, aunque lo parezca.
La plenitud necesita cuerpos, tocarse, tiempo compartido, silencio, incomodidad, mirada directa, compromiso, fricción, interacción, imperfección, sudor, lágrimas, humanidad.

Necesita el mismo aire, no el mismo enlace. La economía digital lo envuelve todo, más que nunca. Es más eficiente, más inteligente, más emocionalmente persuasiva. Pero no ha aumentado la alegría. Ni la eudaimonía. Ni la presencia. Ni la verdad entre nosotros y ante nosotros.
Eso sigue siendo responsabilidad nuestra. Y no se puede automatizar ni robar. Solo se puede ser, sin la necesidad de hacerlo.
Así que…
Vuelve
Vuelve a ti.
Vuelve a tu humanidad.
Vuelve a permitir que todo tenga cabida.
Vuelve a dejar que otros te vean tal y como eres.
Vuelve a permitirte ser todo lo que te nazca.
Vuelve a dejar que la vida te atraviese por completo.
Vuelve a salir de la imagen que tienes de ti y de otros.
Vuelve a sonreír sin propósito.
Vuelve a lo extraordinario que hay en estar aquí.
Vuelve a este regalo llamado vivir.
2025, 2026, 2027 o 2033 están hechos de atravesar, experimentar, exprimir, aprovechar y vivir cada día.
Solo eso importa.
Porque de eso va el asunto de vivir… y de morir, cada día.
El resto te toca averiguarlo a ti.
Pd. Nos vemos en 2026, es la hora.
[Inspirado en “La hipocresía de las felices fiestas”, un texto que escribí en 2014 y que ayer volví a leer.]




