Voy a contarte una historia sobre una tercera oportunidad, atención y presente.
Segunda oportunidad
Cuando tenía 12-13 años me regalaron mi primera bicicleta, el segundo día que salí pedaleando con mis amigos fui atropellado por un camión. Acabé arrollado a causa de una imprudencia que cometí, sorprendentemente salí ileso, debajo del motor. Pasé de primera a segunda oportunidad.
Camino a la tercera oportunidad
Anteayer, en Valencia, salí con la bicicleta a hacer un poco de deporte, eran las 13:30h aproximadamente, tenía tiempo suficiente antes de salir a las 16:49h para Castellón a la presentación del libro Marketing Digital para Dummies. Empecé en la Playa de la Patacona (Alboraya) y acabé en el Perelló (Valencia), una de las rutas más habituales que hago cuando salgo a rodar en bicicleta solo. Todo marchaba como de costumbre hasta que un coche se saltó un ceda el paso en una rotonda. La fortuna (y el retiro Synthesis) hizo que estuviera más atento y presente de lo habitual, disfrutando de cada kilómetro que recorría, es por eso que me percaté de la anomalía con el suficiente tiempo de reacción como para frenar mucho antes. La consecuencia es que solo acabé golpeado lateralmente y saliendo despedido levemente hacia un lado junto a la bicicleta.
Tercera oportunidad
Mi tercera oportunidad empezaba a contar. Fue solo un buen susto, cero magulladuras, cero heridas, yo intacto, la bici intacta. El coche intacto. Lo más interesante viene ahora… Primero, la conductora ni siquiera sabía que se había saltado un ceda el paso. Segundo, más interesante todavía, ni siquiera me había visto. Tercero, más interesante si cabe, no sabía muy bien donde estaba. Cuando le pregunté porque no había visto el ceda el paso, tampoco a mí y porque no sabía dónde estaba. Esto fue lo que respondió: «estaba pensando en el trabajo, en lo que me queda pendiente, y en lo que tenía que hacer al llegar a casa…» No supo responder más que eso, estaba paralizada, perpleja, casi petrificada. No estaba en condiciones de seguir conduciendo, primero por el susto que se había llevado de sopetón, y segundo, creo adivinar, por el miedo de saber que estabas «fuera de tu control/atención».
Ella no sabía que decir, que hacer, me dio el teléfono, los papeles del coche, me preguntó si estaba bien, si necesitaba pagarme algo. Respondí que no a todo. Le recomendé que parara, hiciera un ejercicio de respiraciones, se calmara y viera si podrías seguir o necesitaba alguien que viniera a recogerla. Se apartó a un lado, paró el coche y empezó a calmarse. Yo proseguí con mi ruta como si nada hubiera pasado.
Unos kilómetros más adelante paré y grabé este vídeo:
La falta de atención mata
La moraleja de esta historia no es que hay que tener mucho cuidado en la carretera y estar atentos, algo que está fuera de toda duda, considero. Si no darnos cuenta de que el no prestar atención puede llevarnos a un punto en donde acabemos incluso con nuestra propia vida, y todavía peor, acabar también con la vida de otras personas. Esta falta de atención, este movimiento de vivir en piloto automático, es más grave y crítico de lo que imaginamos.
Desconecta el programa de conducción artificial.
Aprovecha la oportunidad que tienes. Podría acabar antes de lo que esperas.
Tercera oportunidad. Vamos allá.