Escapando de la gran trampa de la decepción

¿Cuántas veces te has decepcionado contigo mismo? ¿Podrías contarlas? ¿110 veces? ¿1.000? ¿10.000? ¿Te has fijado en esas pequeñas depones cuando algo no pasa o no cumples? Son igual de mortíferas que las que consideramos como importantes, porque no las cuentas pero dañan como tal.

¿Y cuántas veces alguien te ha decepcionado? Sí, no sabrías decir un número pero sería elevado. ¿Y cuántas has decepcionado tú a alguien? ¿Qué tienes que decir aquí? Interesante.

La decepción es una historia que solamente ocurre en tu mente.

Intentas algo, nadie te lo reconoce. Decepción.

Vas a un nuevo país a buscarte la vida, tienes que volver o no sale como esperabas. Decepción.

Decides hablar con esa persona con la que te has cruzado varias veces y te atrae, y te dice que tiene pareja. Decepción.

Das todo lo que tienes para ganarte la vida dignamente y aun así no llegas a los mínimos. Decepción.

Vuelves a la carga después de caer y levantarte, y vuelves a caer. Decepción.

Imaginas algo que en la realidad no se materializa. Decepción.

La trampa de la decepción

La decepción es cíclica

Va por un lado y vuelve por otro.

Estás genial durante un tiempo, y luego todo se tuerce. La situación es desastrosa y luego sale el sol y el optimismo renace. Este es un ciclo infinito.

Aunque en esta ocasión es peor todavía, porque no solo vuelves donde empezaste, sino que tienes menos esperanzas de que pueda ser diferente, porque pedaleaste hasta lo alto de la cima una vez más, solo para darte cuenta de que o bien eres una persona cínica o negativa, nada sale como esperas o debe haber algún tipo de conspiración.

Entonces, las conjeturas encajan:

«Sabía que no funcionaría»

«Esto es solo para los afortunados y yo no soy ese tipo de persona»

«No soy lo suficiente para esa persona»

«Es lo que toca para el sitio de donde vengo»

Entonces la enfermedad de la decepción se vuelve algo normal para nosotros. Lo que hace que aceptar la condición de perdedor sea más fácil que retarla. Porque desafiar esa condición significa arriesgarte a decepcionar-te.

Te voy a contar lo que me pasa cada día – quizá resuena contigo:

Intentas. Algo te bloquea.

Intentas de nuevo. Bloqueado.

Vuelves a intentarlo. Otro bloqueo.

Y cuando la gente me ve, asume que no me preocupa. Todo lo contrario, me preocupa.

Me importa mucho, tanto que a otros no les importó.

Entonces vuelvo a intentar sin que nadie me preste atención, y sigo sin el aplauso o la ovación de nadie.

La decepción es lentamente dolorosa

¿Sabes lo duro qué es cuando tus expectativas han sido destrozadas por la decepción?

Es un daño lento y doloroso. Es rasgarte los músculos muy lentamente.

Esa decepción implica un deterioro lento de tu esperanza.

Y no es un evento lo que crea ese desgaste tan dañino. Son las cosas que ocurren todos los días.

Intentas. Intentas. Sonríes. Perseveras. Persistes. Sigues con disciplina. Vuelves a aparecer y no desistes.

Y finalmente llegas a un lugar donde te cansas de intentar.

Este es el lugar donde quería llegar, cuando llegues a ese punto límite; decepcionado, cansado, aturdido, abatido, desgastado…

Recuerda esto: ese no es el lugar donde acabas, ese es el sitio desde donde empiezas.

Aprende a ver de forma distinta la decepción, no es un bloqueo, es una oportunidad que no estabas sabiendo observar desde la perspectiva adecuada.

No puedes decepcionarte si lo que sucede o esperabas no está ni mal ni bien, entonces la decepción es solo una ilusión, es un estado mental sinsentido que ocurre por decisión propia.

Esto es lo que vivir y el estoicismo me ha enseñado sobre estar decepcionado. Resumen, no sirve para nada.

Atribución imagen: Cliffano Subagio.

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