Cuando la palabra crisis apareció en España, no recuerdo exactamente el año, yo trabajaba de encargado de almacén en Arteco, una pequeña empresa de creaciones textiles, ahí ya había dejado Urdidos Jordi, la fábrica donde trabajaba 12 horas al día de lunes a viernes y algunos sábados de 6h a 14h. La situación empeoraba a medida que pasaba el tiempo y lo que se suponía que era el efecto de la crisis, golpeaba fuertemente al país, su cultura, mentalidad y por supuesto al 90% de los habitantes. Marché a Manchester, volví para dos años donde me especialicé en marketing y comunicación con un post-grado y un máster en Fundesem y obtuve una beca para continuar con un intercambio MBA internacional en Estados Unidos, en todo ese proceso de exploración, crecimiento y descubrimiento, siempre estuve atento a la situación en mi querido y añorado país.
Seguía asombrado los efectos devastadores de la crisis, no el desempleo, la bancarrota, el ladrillo o el textil, ninguna de esas burbujas, lo que realmente me dejaba petrificado era el efecto del mensaje negativo que cada persona lanzaba. Quejas, criticas, maldiciones, victimismo, frustración auto-impuesta, agonía auto-infringida, impotencia basada en el futuro, no en el presente.
Sí, esto es fácil decirlo, pero hay que vivirlo. Cierto, lo viví en mis carnes, familiares en desempleo, dos tíos que perdieron sus negocios y con ello mucho mucho y más importante que su estabilidad económica detrás. Amigos que nunca han conseguido levantar cabeza. En cierta manera la crisis me hizo despertar al verme con cero posibilidades de poder progresar.
Negativo antes que positivo
Esto era lo que todavía me sorprendía (y actualmente me sorprende) más, qué fácil (y frecuentemente más efectivo) era (y es) lanzar un mensaje negativo que uno positivo.
Ejemplo: «el desempleo no levanta cabeza, vamos a pique», «este país es una basura», «la culpa es de los políticos», «no tenemos cultura empresarial ni emprendedora» era mucho más fácil de enmarcar dramáticamente que tomar la iniciativa y mostrar las oportunidades que esto podría crear, y trabajar por ellas hasta hacerlas florecer. Entonces mostrar esos resultados al resto. Sí se puede.
El conflicto vende más
Aunque ahora, mirando hacia atrás, es fácil de entender. Negatividad suplica por conflicto, conflicto suplica por drama, drama suplica por solución, solución suplica por personas que encajan en el sistema, personas que encajan en el sistema suplica por no cambiar el resultado.
La otra alternativa
No existe conflicto cuando en la TV o diarios aparece gente que está cambiando las cosas, organizaciones que están sobresaliendo en entornos hostiles, pequeños héroes que realizan acciones anónimas, el lado importante de eventos como Burning Man (ese en el que trabajan durante todo el año en mejorar el mundo). Si aparece todo este tipo de gente, alegre, brillante e insolente, es bastante difícil hacerlo encajar en lo que el sistema significa para el resto de población. Durante años.
Así que es fácil que el statu quo sea ignorado. Justamente lo que sucede a las personas anónimas que hoy están moviendo el mundo, las personas positivas y optimistas que con su trabajo muestran que cualquier cosa es posible. Esto aplica a cualquier mercado o industria.
Acentuar lo positivo («hemos incrementado la felicidad de nuestros trabajadores») obtiene generalmente un resultado mejor que acentuar lo negativo («Hacemos que nuestros empleados odien menos su trabajo»), incluso si es un beneficio menos nebuloso.
Puestos a maldecir, que cuente
Esta es la razón por la cual muchas conversaciones de negocios finalizan con un resultado tan poco significativo. Porque cuando afilas tu elección de palabras, a menudo te arriesgas a amedrentar a otras personas.
Maldito si lo haces, maldito si no lo haces.
¿Cuál es la respuesta? ¿Dónde está la tierra prometida?
Lo siento, no hay ninguna de las dos. Solo existe la prueba y error. Los resultados podrían variar, pero si te puedo asegurar algo, permanecer positivo y optimista hará que esto cuente. Ganarás.
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