Llevaba 10 días desconectado. Sin escribir, sin leer, sin comprobar o publicar nada en las redes sociales. El pasado lunes 29 de abril partíamos rumbo a Afrika Burn, tercera experiencia vital consecutiva para mí. He roto todas mis rutinas, he olvidado que es ser autodisciplinado, he evitado cualquier exigencia, he huido de los compromisos. He aceptado cualquier cosa que sucediera como el camino más adecuado. También he ido al encuentro de la rendición, he buscado la profundidad de mi ser tanto como he podido. Incluso he aprendido cómo sanarme a mí mismo.
Momento de respirar
Estoy algo desorientado. Podría incluso decir que estoy perdido dentro de mí mismo. He encontrado tanto, y tan profundo, que todavía sigo digiriendo lo acontecido… Lo que sí puedo concluir es que cómo sanarte depende de ti.
Es tanto, que no he podido escribir desde este mismo lunes. Fecha en la que tenía planificado volver a la normalidad, en ritmo de trabajo y vida. En lugar de eso, he decidido pausar, respirar. Mirar hacia los lados, hacia atrás, y sobre todo hacia dentro, pero solo mirar. No escribir, no leer, no recibir inputs, no pedir feedback, no rodearme de gente, no hacer cosas en grupo. En lugar de eso, he comenzado un viaje de 7 días, en solitario, por Garden Route (costa oeste de Sudáfrica).
Cómo sanarte a ti mismo
Empecé ayer, sin un rumbo fijo, sin mapas, sin barreras, sin normas, sin control y sin obligaciones. Hice noche en Mosselbaai, el lugar donde se encuentra el Punto de Origen. Algo que me ayudó a ir hacia ese lugar, pero el mío propio. Ahora, estoy aquí, entre George y Wilderness, tratando de explicarte cómo me siento, qué he aprendido, qué he descubierto y cuáles van a ser los próximos pasos. Todo después de otra experiencia vital tremendamente impactante en el desierto de Tankwa Karoo, a 335 kilómetros de Ciudad del Cabo.
Hoy miro atrás, no solo a lo vivido en Afrika Burn, sino a lo que ha pasado en las dos ocasiones anteriores, y en lo que he experimentado en 2018 y en este 2019. Principalmente porque necesito hacerlo para poder comprender dónde he llegado en este “viaje”. A diferencia del año pasado, que viví una de las experiencias transformacionales más hermosas que recuerdo, este año he vivido, lo que empiezo a sentir ahora como la experiencia vital más sanadora que jamás he recordado. Un poco de contexto antes.
Todo tiene un precio
De nuevo, al igual que año anterior, sentía que iba en la búsqueda de algo, yo mismo, claro. Algo no estaba del todo bien dentro de mí, llevo unos meses desalineado. No recuerdo tantas experiencias vitales seguidas dentro de este año casi y medio que llevo vivido. El viaje alrededor del mundo, varios experimentos impactantes, desafíos sociales extremos. Abrazar una vida estoica, el segundo vipassana. Experiencias vitales espirituales, emocionales y mentales. O el ir todavía más en profundidad con el alto rendimiento holístico y la búsqueda incansable e interminable del autoconocimiento y autodominio. Esto, y lo que me dejo, no es fácil de manejar, en absoluto. Todo tiene un precio, a más consciencia, más percepción de la realidad, a más realidad. Más matices que importan, a más matices, más lecturas, Entonces más pensamientos, a más pensamientos, más dolores y placeres, más sensaciones, más estímulos, más reacciones, más dualidad.
¿Quieres magia? Reúne a las personas adecuadas
Este año, otro año más en esta experiencia vital, con la tribu de Ubhulanti, rodeado de gente fascinante. Más, si cabe, que el año anterior. Magia pura, baños de Gongs a cargo de Jhonny, meditaciones trascendentales a cargo de Eric, sesiones de música a cargo de una infinidad de artistas geniales. Una sesión de charlas con 10 historias cambiantes de 10 agentes del cambio. Colaboración, ayuda, confraternización, empatía, autenticidad, asertividad, amor, confianza, aceptación (a uno mismo y a los demás) y mucha rendición. Todo acompañado de una comida vegana de primerísima calidad a cargo de Peace of Eden (lugar donde estaré hospedando por al menos un día, a partir de hoy mismo).
Todo esto acompañado de mucho color Español, algo de lo que, personalmente, he disfrutado muchísimo. Por una parte, Tucho, Javi, Valentino, Carlos, por otra Juan, Álvaro, Cristóbal y un grupo de tipazos desde Madrid que venían de despedida de soltero. Luego superclases como la gente de La Despensa y el gran José Pascual. Además, algunos de mis amigos estaban en otros campamentos, gente como Alexis, Lennert, Mikhail, Thiago, Willy, Raj… Ha habido un toque de chispa española más pronunciado de lo habitual, todos a su manera, pero la mezcla ha hecho el explosivo.
Luego, gente como Fosta, Siphie y otros más de los townships de Langa y equipo de Bridges for Music. Y por supuesto gente de cualquier parte del mundo. Todos han contribuído a lo que para más de la inmensa mayoría (incluso para los repetidores) ha sido una convivencia vital transformadora, solo tenías que escuchar los testimonios de cada uno de ellos en los últimos días. Solo las personas son las únicas capaces de convertir un evento en algo inolvidable y cambia-vidas.
Experiencia vital brutal
Este año ha sido brutal en todo el significado de la palabra. Nunca recuerdo un Burning Man o Afrika Burn donde haya salido de juerga tanto, tan a fuego y tan descontrolado (en muchas ocasiones), incluso podría utilizar el término desbocado. Ha sido como una forma de descargar toda la tensión, agresividad, rabia, inseguridad, furia, incertidumbre y frustraciones que llevaba dentro. No estoy arrepentido ni siquiera de solo uno de esos minutos. Debía suceder de la manera que sucedió, estoy satisfecho. He podido darme cuenta en este estado de muchos de mis comportamientos. Unos por mí mismo, antes, durante y después, y otros por el gran feedback que recibo de personas que me quieren, me respetan y aprecian.
Brutal porque he podido llegar a un lugar donde nunca esperé y pensé que podría alcanzar (con la ayuda de la psilocibina). Nunca imaginé que podría tener tanto dolor, pesadumbre, amargura, aflicción, desamor y tormento dentro de mí. Lo más increíble es que no pertenecían a ninguno de los 36 años que he vivido. Pude sentirlo claramente, todo eso, toda la indignidad, esas grandes y profundas creencias limitantes, esa sensación de no sentirte amado, de no ser lo suficiente, venían de antes de ser concebido.
Ahora sé exactamente de dónde vienen, tanto que estuve ahí, consciente y viviendo esos momentos. El resto es algo que no compartiré con nadie más que conmigo mismo. Nunca recuerdo haber llorado durante tanto tiempo, tan desconsolado, tan abatido, tan rendido a la experiencia. Aceptando, quizá, lo más amargo que he probado jamás, después de la muerte de Gilberto.
Es algo injusto y desconocido contra lo que había estado luchando toda mi vida, hasta que pude descubrirlo y sentirlo en mis propias carnes. Un momento de comprensión, empatía, aceptación y dejar marchar. Pude vivir, entender, y ahora aceptar, algo que estaba en lo más profundo de mis entrañas y estaba limitándome sin saber cómo ni por qué, solo así he podido sacarlo fuera de mi.
El mejor amigo – y enemigo
En fin, allí estaba, tumbado en mi tienda, si poder moverme, absolutamente entregado a algo más allá de lo racional. Todo comenzó cuando empecé a caminar por el desierto, perdido, sin rumbo, confuso. Justo como me he sentido en este último tiempo. De noche, pasando frío, queriendo llegar al campamento a por una manta que echarme encima, cosa que se dificultó al estar tan perplejo, por lo que estuve perdido durante mucho más tiempo. Al cabo de unas horas, llegué finalmente, entré en la tienda, sentí malestar, y entonces decidí recurrir a esta playlist, el resto fue la experiencia vital más dolorosa a nivel emocional de mi existencia.
Solo pude salir para ir al baño, cuando en un momento dado, estaba tan rendido, que debatí el orinarme encima, por fortuna, mi instinto de supervivencia tomó el control, me levantó y pude ir. Recuerdo andar como si estuviera en otro mundo. No podía hablar, ni pensar, ni reaccionar. Volví a la tienda y todavía fui más en profundidad.
Pude entender el porqué de las dos cosas con las que más he luchado en 2017, 2018 y 2019, pedir ayuda y pedir amor, así como saber recibirlo y aceptarlo. Qué liberación, qué momento más increíble. Todo tenía sentido, veía el esfuerzo sobrehumano que he tenido que hacer para no pasar por ahí. Eso ha ido creando un vacío en mí – recuerda, todo tiene un precio. He ido apartando todo y convirtiéndome en 100% a contracorriente. Desarrollando una mentalidad, actitud y empuje imparable en contra de creencias, dolor, penas, incomprensión. Y en contra del amor, desde otros, y por ende, mío propio – aunque pensara que esto último no era así. Finalmente “tuve” que pedir ayuda a Valentino, quien de nuevo, una vez más, allí estuvo. Lo que dio nacimiento a quizá el momento más mágico de amor, cariño, comprensión, sinceridad, transparencia y abertura que recuerdo con una persona.
Nota – Esta experiencia vital sanadora fue también posibilitada por una muy pequeña dosis de psilocibina. (Aquí un experimento que realicé bajo supervisión médica hace unos meses).
Al final es simple, pero no fácil
El aprendizaje y conclusión, en ese mismo instante y después de haber pasado unos días para reflexionar, son cuatro letras: amor. Dado y recibido, sin pedirlo y pidiéndolo, más intenso o menos intenso, con uno mismo primero y con el resto después. No hablo de amor entre dos personas que se aman, que también podría entrar en la ecuación, sino un amor más universal, el que deberíamos sentir en todo momento y por todo el mundo.
Una cosa más, la mayoría de las personas te dirán que abrir la caja de Pandora es peligroso, pero yo te diré que no abrirla lo es todavía más.
Ve allá de donde quizá no vuelvas. Bonito viaje.
Eso es todo, por ahora. Mañana, como continuación, explicaré qué he aprendido en estos 10 días de desconexión, a raíz de este relato, dentro y fuera de la experiencia vital que supone Afrika Burn y ahora que me encuentro en la Garden Route camino a Knysna.